Adviento 2017, dĂ­a 7
Calas y flashbacks

Todos los veranos en la zona sombría de la casa de mis abuelos crecían calas, de las que entonces ignoraba el acertado origen de su nombre (καλός significa bello), los diferentes simbolismos de pureza o erotismo, y su toxicidad: simplemente me gustaban porque me parecían elegantes y diferentes a las demás flores.

Los alcatraces, lirios de agua, calas de Etiopía, cartuchos, flores de pato, o de jarro inspiraron a pintores como Tamara Lempicka, Frida Kahlo —y sus amados y amantes Diego y Georgia—, y fotógrafos como Man Ray y Robert Mapplethorpe. Sin embargo, con toda mi admiración por esas obras, ninguna me produce las sensaciones de aquellos veranos.

Elegí esta fotografía de Zantedeschia aethiopica de Juan Crusoe de una cala de nuestro balcón, porque enlaza con mis primeros descubrimientos de jardinería, captando muy bien la esencia de la planta, dónde el color blanco —lo que denominamos flor con forma de embudo o bráctea— es en realidad una hoja modificada que envuelve la verdadera flor, el asta o espádice de color amarillo. Esta flor no tiene tallo; de su rizoma subterráneo nacen directamente las hojas, unas lanceoladas con forma de corazón y otras como la de la fotografía.